jueves, noviembre 14

De monjas inmaculadas a exorcistas superheroicos: el cine de terror reza a la Iglesia católica | Cultura

“Bienvenidos a vuestra misa de domingo”. Desde que se terminó de construir en 1929, la iglesia presbiteriana Immanuel de Los Ángeles ha presenciado rodajes como Sister Act 2 o John Wick, pero nada había rozado tanto la herejía como lo que pasó en esta construcción neogótica una noche del pasado marzo. Una mujer, la actriz Sydney Sweeney, daba la bienvenida a los cinéfilos más devotos para ver en pantalla grande la película de terror Immaculate, calificada para adultos por incluir blasfemias, bromas sacrílegas, violencia sangrienta, desnudez e infanticidio. La confederación de pastores estadounidenses la había catalogado de moralmente ofensiva. Para la distribuidora era una excusa más para utilizar la imaginería católica y multiplicar su campaña de marketing.

Monjas que callan más de lo que dicen, exorcistas salvadores, cruces ardiendo, diablos deformados… Immaculate, que se estrena el 1 de mayo en España y tiene como protagonista a una de las estrellas del momento como monja inmaculada, es la última muestra de un subgénero del terror que, pese a la secularización de la sociedad, sigue dando y transformando imágenes icónicas en el cine. Lo hace en este caso como nuncore, denominación anglosajona de esa estética que cubre desde la moda a la cultura pop a través de la fascinación por las monjas.

El género que explota el miedo a las religiosas se remonta a 1922 con Häxan. En los últimos tiempos ha tenido un exitoso exponente (supera los 600 millones de dólares) en La monja (2018), que forma parte de la saga Expediente Warren, hito del terror basado en hechos reales. Hoy este nicho que ocupan las monjas dentro del subgénero del cine de miedo católico tiene otro exponente en las salas: La primera profecía, precuela de la saga de cinco películas donde una novicia guerrera lucha contra una conspiración clerical para resucitar al anticristo.

Ni siquiera importa que los orfanatos católicos o las estrictas monjas ya no ocupen un papel central en el paisaje infantil; la imaginería no pierde sentido, sostiene el director Paco Plaza, que se ha convertido con Verónica o Hermana muerte en uno de los grandes exponentes de este subgénero en España: “El miedo por lo desconocido, por lo que no podemos catalogar empíricamente, siempre permanece. Es germen de cualquier fobia. El catolicismo es una fuente inagotable de imágenes icónicas, empezando por la cruz, que era en realidad un instrumento de tortura y ahora se usa para todo. Nadie pensaría en llevar una silla eléctrica como colgante. El catolicismo es muy rico en proveer imágenes eternas”. ¿Por qué sigue funcionando? “Hay una fascinación estética por los sacerdotes y las monjas porque, aunque coexisten en nuestro mundo, viven con un pie en otra realidad. Allí hay cierta cotidianidad de lo sobrenatural. Esa imagen de curas con sotanas y monjas con hábito da uniformidad. La anulación de la individualidad rendida a Dios es una decisión estética potente. Los iconos relacionados con el dolor físico son un caldo de cultivo”.

Fotograma de la película 'La profecía' (1976), de Richard Donner.
Fotograma de la película ‘La profecía’ (1976), de Richard Donner.

Plaza destaca, de hecho, el vestuario de Paco Delgado en la última entrega de La profecía. Una película que, dice, le ha sorprendido pese a lo conocido, por cómo esta saga nacida en los setenta con un niño diabólico de protagonista (que luego creció en Sam Neill como anticristo) juega y utiliza ahora la estética del catolicismo en Roma, desde lo catedralicio hasta lo pictórico. “Durante 12 siglos la única manifestación del arte fue religiosa, tiene su propia marca. Queramos o no, es nuestra cultura, la que nos apela”, apunta Plaza sobre una Iglesia que asentó sus enseñanzas en unos terrores reconvertidos en iconos cinematográficos. No es casualidad que en el centro de la trama de la película de la debutante Arkasha Stevenson haya una violación. Ni que en el 1971, donde se sitúa, se refleje la pérdida de fe. El género actualiza su mensaje pese a la imagen de siempre, aunque Plaza confía que se podría rodar una película de monjas en el presente: “Me lo tomo como reto”.

Immaculate ha sabido hablar con ese mundo contemporáneo de las redes mejor que la Iglesia. Uno de los vídeos era tan simple como ver a Sydney Sweeney, también productora, leyendo un pasaje de la Biblia. Una provocación muy medida que enfadó a algún seguidor que había erigido a esta actriz rubia y voluptuosa en musa del conservadurismo, por relacionarse a sus padres con el trumpismo y llegar a publicar que su escote era antiwoke. En otra campaña, la actriz de Euphoria acompañaba a unas pastoras a ver la película, mientras ponían cara de disgusto. La imaginería se ha aprovechado al máximo: el 3 de abril las entradas en EE UU costaban, en plena pascua, 6,66 dólares, apelando al número del diablo. El director Michael Mohan confiesa que es un gran conocedor de este universo: “Crecí como católico devoto e incluso hacíamos quedadas para quemar las cintas con canciones demoniacas”, decía a IndieWire.

Tráiler de ‘Immaculate’.Foto: Diamond Films

El salto mortal llegó al colocar en los pósteres las reseñas reales de los católicos en X: “Sacrílega, diabólica y asquerosamente ofensiva. Escupe en la cara de todo lo que es sagrado”, clamaba un cartel en letras gigantes. La película ya es la cuarta más taquillera de la historia de la distribuidora independiente Neon. Y eso que hasta que su estrella, a la que le negaron rodarla cuando era una desconocida, recuperó el guion de la pila de los desechados nadie quiso producir esta historia que, como Saint Maud (2019), tiene en el centro el cuerpo femenino y sus derechos reproductivos.

Pero no es la primera vez que los devotos han hecho campaña gratuita a una película. El 2023 la Asociación Internacional de Exorcistas hizo un comunicado contra de El exorcista del Papa, en la que Russell Crowe interpreta a Gabriele Amorth, uno de los fundadores de este ente vaticano sobre lo paranormal y al que su amigo William Friedkin, responsable de El exorcista, ya dedicó un documental. A la película de Crowe la llamaron “pretenciosa” e “insultante” para los exorcistas reales. Hoy tiene secuela anunciada. El terror, normalmente barato, es una inversión ganadora en taquilla. En un Hollywood deseoso de marcas, el catolicismo ha sobrevivido durante siglos.

‘El exorcista’, todavía la más influyente

“El exorcista lo cambió todo. No solo cambió la percepción del cine religioso, sino también nuestra percepción del sacerdote en el mundo real. Decían que la mafia se comportaba como los gánsteres de El padrino tras ver la película, y lo mismo sucedió aquí”, dice Plaza sobre el filme que ha influido en todo lo que ha venido después: “El exorcista convirtió a los sacerdotes en héroes, algo que sigue siendo provocador y arriesgado. Tiene una pátina de cine de superhéroes contra el mal”.

Los exorcistas o curas salvadores no han parado de luchar contra lo desconocido desde entonces. Los clásicos son numerosos, pero los ejemplos recientes de nombres clónicos son un largo rosario: Devil inside, El último exorcismo, El exorcismo de Eastfield (basada en hechos reales), El exorcismo de Emily Rose, 13 exorcismos o El rito. La saga original lanzó también una sexta película con las actrices de la primera, El exorcista: Creyente, (2023), en la que Universal gastó 400 millones de dólares que no recuperó.

La televisión también ha apostado por el terror católico. En una de serie de 2018 la actriz Geena Davis resucitaba a la famosa niña poseída de la película de los setenta, convertida en madre cuarenta años después. Este subgénero de terror católico asoma en 30 monedas, de Álex de la Iglesia, los vampiros de Misa de medianoche y Evil (esta última mezcla los ritos clásicos con miedos recientes como la adicción a la tecnología). La misma modernidad asoma en The Cleansing Hour, donde un exorcismo es un programa en directo en YouTube. Y más allá, el videojuego sevillano Blasphemous utiliza la iconografía de la Semana Santa, y ha superado los dos millones de ventas.

Si bien al final el sentido es el mismo: “Creo que hay una tendencia a la vuelta al refugio espiritual y los ritos ahora que impera la superficialidad. Ambas cosas las mezcla este cine”, apunta Plaza. “La estética es inigualable. Por eso se ha mantenido durante siglos”. Así, el cine transforma iconos, que, a falta de que se trasladen las misas del domingo, se transmiten a través de unos códigos que parecen triviales. Porque si hay un cine de rituales ese es el terror, con sus congregaciones, sus éxtasis a grito pelado, sus códigos marcados y su devoción. Ver una película de miedo sigue siendo un rito.

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