Cada vez hay más gente esperando una operación y cada vez los que esperan esperan más. En la última actualización de las listas de espera del ministerio de Sanidad se contabilizaron, a 31 de diciembre, 849.535 pacientes con una operación pendiente. 30.000 más que seis meses atrás. Un atasco nunca visto. La peor cifra desde que se llevan a cabo este tipo de registros. También aumentan los días de media que estos enfermos tienen que esperar: de 112 días a 128. En el caso de una consulta a un especialista, la media de días por delante para un enfermo de la sanidad pública es de 101 días. 206.000 de los enfermos en lista de espera llevaban más de seis meses en ella. Una de las causas del tapón es el aumento de una población cada vez más envejecida, con lo que necesita más atención médica. Los expertos también añaden el paulatino deterioro de la atención primaria en los últimos años, lo que acarrea desvíos y embolsamientos en el itinerario normal de los pacientes. Con todo, lo más importante es que los 849.535 pacientes arrastran durante meses historias que por lo general están llenas de dolor, incertidumbre o angustia. Desde un juanete que te impide andar a una revisión oncológica que se retrasa. El PAÍS ha reunido ocho de estas historias.
Aida Castro, cuatro meses para saber si el cáncer ha vuelto
En forma de cruel confesión, el servicio gallego de salud mantiene en la aplicación del móvil de Aida Castro este mensaje: “Fecha idónea: 20/12/2023″. Se refiere al momento en el que esta mujer de 33 años tenía que haber sido revisada por su oncóloga del hospital de Santiago de Compostela después de superar un cáncer de mama el año pasado. Aida nada sabe todavía de esa consulta, marcada por los protocolos y guías clínicas para vigilar que la enfermedad no resurja. Después del alivio de sobrevivir a la cirugía y a la quimio, acumula cuatro meses de angustia, quejas por escrito, desplantes administrativos e indignación: “Hasta te llegas a culpabilizar. Te preguntas: ‘¿y si soy una exagerada?, ¿y si no hago lo suficiente y pasa algo?”.
Castro se encontró un bulto en un pecho a principios del año pasado. Fue a su médico de cabecera que la derivó rápidamente a Oncología y todo fue bastante rodado, cuenta. El 7 de marzo de 2023 empezó la quimio y la acabó a mediados de julio. La operaron en agosto y poco después escuchó las palabras más deseadas: “Remisión completa”. La oncóloga le explicó que por el tipo de tumor no le prescribiría medicación, pero que debía someterse a vigilancia con revisiones cada tres meses. En la ventanilla de Administración, llegó la sorpresa. “Quedas en buzón, te llegará un SMS”. Es decir, ya te llamaremos. “Vamos a confiar”, se dijo ella, “hasta ahora todo ha ido bien”. El 20 de diciembre, la fecha “idónea” que el servicio gallego de salud sigue recordándole en su aplicación, fue a preguntar qué pasaba. “Llevamos mucho retraso, no sé cuándo te van a citar”, le confesó el personal administrativo. Puso dos reclamaciones y, aunque ambas las redactó de forma distinta, recibió la misma respuesta. Un corta y pega de libro que incluía esta frase: “Si presenta empeoramiento de su estado, no dude en consultarlo con su médico de atención primaria o acudir al servicio de urgencias”.
Castro ríe amargamente con el gentil ofrecimiento. Cuando se palpó el bulto en el pecho, ella se encontraba muy bien, recuerda. No se resignó pese a este desplante. Continuó con una reclamación ante la gerencia del hospital que dirige Eloína Núñez, prima del líder del PP y expresidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. En su escrito Castro se confesaba “absolutamente abandonada” ante la falta de noticias de su consulta con la oncóloga. “Me contestaron con una línea en la que se remitían a las respuestas anteriores. Me pareció hasta insultante”, afirma. Después llegó una queja conjunta con más mujeres afectadas por estos retrasos. Y a día de hoy aún sigue esperando su cita: “Esto es médica y humanamente intolerable y terrible. Si no lo arreglan por humanidad que lo hagan por economía, porque si se nos detecta una metástasis les va a salir mucho más caro. Ya lo digo así, con frialdad”. Tiene claro que “el problema es de gestión, no de médicos”. Los sanitarios, defiende, “te tratan de maravilla; el sistema, como si fueras un número”. Por Sonia Vizoso
Un año para quitar una piedra en el riñón de Jordi Rojo
Jordi Rojo empezó a sentir a principios de 2021 molestias en las lumbares. Eran dolores que fluctuaban de intensidad pero que le permitían en todo caso seguir trabajando en su taller de tapicero del barrio de Sant Andreu de Barcelona. Conocía aquella sensación. A sus 48 años, había sufrido de piedras en el riñón en otras ocasiones. Sin embargo, esta vez era diferente. Cuando iba al lavabo, orinaba con normalidad, pero a los tres o cuatro minutos de volver a estar en movimiento se le escapaba de nuevo la orina. “No me había pasado nunca”, recuerda. “Estaba ingresando dinero en un cajero y me di cuenta de que me orinaba encima. No me podía aguantar”, añade.
Pidió cita con la doctora en verano de 2021 y al cabo de unos meses, a principios del año siguiente, le encontraron por medio de un TAC una piedra de dos centímetros. “Me explicaron que la piedra originaba las ganas de orinar y que se me escapara”, cuenta.
Por la tipología y el tamaño de la piedra le anunciaron que no podría expulsarla y que los medicamentos no servirían para reducirla. Habría que realizar una litotricia, que requiere una sonda y utiliza ondas de choque para pulverizarla. Pero, como el proceso no fue considerado urgente por los médicos, este se alargó. Un año después de encontrarle la piedra, a principios de 2023, explica Rojo, se realizó la petición de operación.
“La piedra me molestaba y me produjo varias infecciones, pero el problema era que en ocasiones se me volvía a escapar la orina”, subraya. Pidió acelerar los plazos para resolver el problema en el hospital Germans Trias de Badalona, donde estaba asignado, pero no hubo manera. “Me atendió primero el anestesista, pero hasta el cabo de unos meses no me operaron”. Fue en diciembre de 2023: casi tres años después de percibir las primeras molestias, dos años después del diagnóstico y uno de ingresar en la lista de espera. Por Bernat Coll
El viacrucis de Rosario: un año para extirparle un tumor
Un malestar intenso en la zona baja de la espalda puso en alerta a Rosario Cubillos, de 66 años y vecina de Vila-real, en Castellón. Corría diciembre de 2022. “Sentía mucho dolor al ir en el coche, por ejemplo”, recuerda. Una radiografía determinó que el epicentro del dolor se localizaba en el coxis. Le recetaron calmantes. Acudió a sesiones de osteopatía. Pero lejos de remitir, el dolor aumentó.
“Empezó a irradiarse a la pierna. No podía ni andar. Llevo meses durmiendo en un sillón, sentada, porque no puedo estar tumbada en la cama”, detalla. Su médico de cabecera la derivó a traumatología hasta en dos ocasiones en menos de un año. Pero el especialista denegó la visita. “Consideraron que no estaba para ir al traumatólogo”, explica.
Rosario interpuso tres reclamaciones en atención al paciente de su centro de salud. Llegó septiembre de 2023. “El osteópata me dijo que la lesión por la que me trataba a raíz de la radiografía ya tendría que haber curado. Así que decido volver al médico. Le dije que, sin querer llorar, iba siempre llorando: por el dolor”.
Aquí empezó la primera de las dos listas de espera a las que ha tenido que enfrentarse esta paciente: los seis meses que ha tardado en ser sometida a una resonancia en el Hospital La Plana de Vila-real, solicitada en septiembre de 2023 y realizada en febrero de 2024. En esa prueba “vieron que tenía un tumor de 21x18x15 milímetros” en las vértebras de la columna, la L2 y L3, que había que extirpar.
Su caso fue derivado a neurocirugía del Hospital General Universitario de Castellón. Una segunda prueba determinó que el tumor pellizca el nervio. “Por eso apenas puedo andar, voy con bastón porque no tengo estabilidad y en breve necesitaré andador”. Llegó la segunda demora. “En febrero me dijeron que lo sentían mucho, pero que la lista de espera para operar va de los 3 meses a un año, y eso que soy preferente. No voy a poder aguantarlo, me he echado 10 años encima”, cuenta.
Rosario interpuso otra reclamación en atención al paciente del centro hospitalario. Resignada, repite, con voz adormecida, que convive “desde hace más de año y medio” con una mezcla de dosis ingente de Palexia, Diazepam, Nolotil y Lyrica y con periodos de visitas dobles a urgencias cada semana para inyectarse calmantes.
Mientras, la esperanza de que la operen no muy tarde se desvanece día a día: “Según me dicen en el hospital, es complicado que me llamen pronto”. Por María Pitarch
Jorge tiene un bulto en el cuello desde el verano de 2023
Jorge Soteras, valenciano de 25 años, perdió más de diez kilos en dos semanas. El bulto en la garganta que había empezado a notar levemente unas semanas antes le provocó en verano de 2023 un episodio de inflamación y pus que desembocó en una serie de vómitos. Aunque la cortisona que le recetaron en aquel momento le calmó el dolor, el bulto no ha desaparecido del todo y cada pocas semanas vuelve el malestar y la hinchazón. “La semana pasada volví a tener las mismas sensaciones que en verano y, aunque no fue a más, al día siguiente me escocía al tragar”, recuerda. Hay veces, cuando come y se le inflama, que el bulto se agranda como “una pelota de ping pong”, aunque luego disminuye.
Han pasado 10 meses desde el episodio de mayor gravedad, pero Soteras sigue sin saber cuál es la causa. Acudió en Valencia a su médica de cabecera, primero, y luego le derivaron con carácter preferente al especialista en otorrinolaringología. Tras una palpación en la zona afectada, la médica le dijo que probablemente tenía una infección bacteriana de una glándula salival y que podía estar provocada por la aparición de piedras (como las que pueden salir en el riñón). Ante la duda, la especialista le conminó a hacerse una ecografía y le pidió cita.
Tras más de medio año de espera desde el episodio veraniego y sin noticia alguna de cuándo le iban a atender, Soteras acudió junto a su madre al hospital hace un par de semanas para pedir explicaciones por la tardanza. Su sorpresa fue que, una vez allí, una enfermera les contó que no se había solicitado ninguna ecografía por parte de la especialista. “O no se había tramitado o se extravió”, se resigna.
Las reclamaciones posteriores y la insistencia han hecho que, finalmente, a Soteras le hagan la ecografía esperada el próximo 15 de mayo. Entonces, si todo sale como está previsto, se terminará la angustia que siente por no saber qué esconde su garganta. “Cuando me escuece y se me inflama, inevitablemente me vienen los fantasmas de que pueda ser algo grave y que este retraso lo esté agravando”, sentencia. Por Pau Alemany
Pilar lleva seis meses sin poder andar con normalidad
Pilar Agulled celebró su 76 cumpleaños la semana pasada en su casa de El Masnou (Barcelona) y nadie pudo regalarle lo que había pedido: una solución para su pinzamiento en el nervio ciático. Hace seis meses que espera una operación que le permita caminar y moverse como toda la vida. “Siempre he sido una mujer activa, pero ahora apenas puedo caminar. Tengo dolores desde las lumbares hasta el tobillo izquierdo. Estoy mejor si estoy sentada o tumbada; pero no puedo estar encerrada 24 horas en mi casa”, se lamenta.
Abogada de profesión, ahora jubilada, su dolencia arranca hace un año y medio, aproximadamente, con un pinzamiento. Obtuvo una resonancia a través de su mutua porque en la sanidad pública, dice, le dieron “largas”. “Volví con las pruebas hechas y me realizaron cuatro infiltraciones que no funcionaron”, explica. En abril de 2023 le prescribieron rehabilitación, pero tras un mes “sin mejorar” le dieron el alta porque no surtía efecto. En julio visitó a un neurocirujano, y el pasado 7 de noviembre la admitieron en la lista de espera para una operación. “Me dijeron que me llamarían en enero, y de momento sigo igual”; lamenta.
Tras tres reclamaciones a la atención de usuarios, la llamaron en marzo para realizar el preoperatorio. Sin embargo, la intervención definitiva sigue sin llegar. “Yo vivo sola y se me cae la casa encima porque no tengo capacidad para realizar actividades. Me duele y andar es un martirio”. Para paliar la situación coge el coche cuando puede para desplazarse unos metros en el pueblo. “Voy al centro de mayores. Allí al menos me distraigo un poco porque se está haciendo muy largo”. Por Bernat Coll
El dolor paralizante de espalda de Ana dura casi cuatro años
Ana Patricio, de 54 años, lleva, desde la pandemia, esperando que alguien le quite o le alivie un dolor de espalda. El dolor, causado por un quiste presionando un nervio, es tan fuerte que le han dado la baja en su trabajo como clasificadora en Correos. No puede caminar mucho, tampoco estar mucho rato de pie. Si se sienta, duele; si se recuesta, también.
Para evitar las largas listas de espera, esta mujer eligió que la atendieran los especialistas del hospital de La Princesa y no del Ramón y Cajal, su centro de referencia. En un proceso más “ágil”, consiguió que la operaran en noviembre de 2021. Pero, cinco meses después, volvieron los calambres a pesar de que le extirparon el quiste. En agosto de 2023, le programaron una cita en la Unidad del Dolor del Princesa, donde su caso podría ser estudiado. Pero la primera cita, que quedó pactada para julio de 2024, fue cancelada hace poco más de un mes. La razón: un lío burocrático. Ella podía elegir un especialista, pero no acogerse a la unidad del dolor. “Hemos procedido a anular su cita. La Unidad de Dolor no es un servicio abierto a libre elección. Deberá dirigirse a su centro de referencia”, reza el escrito que llegó a su buzón. De este modo, con el dolor a cuestas, Patricio ha tenido que recomenzar de cero. Ha vuelto al Ramón y Cajal. Ha conseguido concertar una cita con el traumatólogo, el primer especialista en el camino para llegar a la Unidad del Dolor de su hospital. La fecha: junio de 2025. “Si en agosto me hundí por tener que esperar casi un año, imagina cómo estoy ahora”, dice. Y añade: “No se dan cuenta que una lista de espera te paraliza la vida”, dice Patricio. Por Ana Puentes
Los 413 días de Mila Blanquer esperando que le operen del pie
Dar un paseo es un suplicio para Mila Blanquer. De 63 años y nacida en Cocentaina, Alicante, la operaron de los juanetes de cada pie hace más de dos años. Uno, el derecho, quedó bien; el otro, no. “Yo seguía notando molestias en el pie izquierdo”, lamenta, así que volvió a iniciar el ciclo médico. Visitó al de cabecera, la derivó al traumatólogo y este le dijo que la tenían que intervenir otra vez. Desde entonces, Blanquer ha apuntado rigurosamente los días que lleva esperando: 413.
El dolor y los calambres en el pie son una constante. “Solo con dar un paseo largo ya empiezo a notar las molestias”, cuenta. La herida, además, le produce un efecto negativo indirecto, y es que hay otras partes del cuerpo que se debilitan por forzar el paso. “Como no camino bien, las rodillas y la espalda se resienten y se me hacen callos en los pies” explica.
En la primera cirugía, Blanquer se acogió al plan de choque para reducir las listas de espera que permitía a los pacientes operarse en centros médicos privados que colaboraban con la sanidad pública valenciana. Vistos los resultados desfavorables, para la segunda intervención decidió no repetir la experiencia y declinó el ofrecimiento. Por Pau Alemany
El esófago dañado de Ascensión desde hace más de un año
Ascensión Cámara, de 66 años, jubilada, padece una hernia hiatal y una gastritis tan fuerte que el reflujo producido, además de no dejarle dormir, le está quemando literalmente el esófago. En abril pasado, le autorizaron la cita de gastroenterología para dentro de cinco meses: en septiembre. Tras esa consulta, su especialista solicitó una manometría esofágica, una prueba diagnóstica que ilustrará cómo de bien –o de mal– está funcionando su esófago ese tubo que conecta la garganta con el estómago. “Así verán si tengo esófago de Barrett”, cuenta Cámara. Esta enfermedad se caracteriza por presentar un esófago dañado por el reflujo. Luego, agrega: “Esto es urgente, porque puede acabar en cáncer”. La prueba la tiene en junio, nueve meses después de ver a su gastroenterólogo y casi un año después de que comenzara este lento recorrido por consultorios.
“Podría ir a la privada, claro que sí. Pero yo quiero hacerme mis pruebas e ir a mis médicos en la sanidad pública, porque tengo derecho a que funcione”, sostiene Cámara, que forma parte de una plataforma en defensa de la Sanidad Pública en Madrid. Mientras le llega el día de su cita, toma puntualmente medicinas protectoras del estómago para sobrellevar el día a día.
“¡Ah! ¡Y también estoy en lista de espera para oftalmología, que tengo cataratas!”, agrega. Esta es la segunda especialidad con más pacientes en espera en España (178.000), solo por detrás de traumatología (206.000). “Para esto solo tengo que esperar cuatro meses. No es tanto tiempo”, cuenta y repara en su propia resignación. “Bueno, ya sabes. Más vale tuerto que ciego”. Por Ana Puentes
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