sábado, diciembre 14

El ‘marketing’ de la industria alimentaria: ¿sabemos lo que compramos? | Nutrir con ciencia

Basta con darse un paseo por el supermercado para darse cuenta de que la mayor parte de los productos procesados y ultraprocesados que crea la industria alimentaria están destinados a un público en concreto. Se nos van los ojos detrás de productos de elaboración casera, y esto no es más que una declaración nutricional que no aporta ningún valor extra al producto. A los clientes, sin embargo, nos hacen creer que ha sido elaborado con más mimo, nos indican que seguro que hay una maravillosa cocinera que podría ser mi abuela (al menos yo la imagino así), haciendo esa salsa en un puchero de barro que se aleja de todo lo industrial, pero esa no es la realidad. Es solo un reclamo, y esa salsa de tomate frito es tan industrial como la primera marca que le venga a la cabeza.

Además, toda la industria está virando hacia lo vegetal. Cada vez somos más los consumidores de este tipo de alimentación o, al menos, los que tenemos curiosidad por incluir algo más de proteína vegetal en la alimentación. Por ello, marcas tradicionalmente cárnicas y lácteas se han sumado a esta moda, que bienvenida sea, por cierto, y, por supuesto, también lo han hecho las marcas blancas de los propios supermercados. Estos productos suelen tener un envase verde y se hace referencia a su contenido vegetal, pero ¿que sea vegetal es indicativo de que sea saludable? Lo cierto es que no, hay que leer los ingredientes y desechar casi de antemano los productos que son copias de las opciones omnívoras con poco aporte nutricional, como salchichas, nuggets, baritas de pescado… El color verde también se usa para tratar de indicar “salud” y hacer referencia a que es eco y sostenible, pero ¿es sostenible la quinoa en España? Lo cierto es que no, aquí no somos productores y esto supone una huella de carbono importante y, a su vez, un encarecimiento de este producto dónde es un cereal básico, como en Perú.

Otra moda que ha inundado los lineales de los supermercados son los productos altos en proteínas; pueden encontrar yogures, postres lácteos (porque yogures de sabor chocolate o versión puding, yogures, yogures no son), bebidas vegetales, batidos con mayor contenido en proteínas, pan proteico… En realidad, ¿necesitamos estos productos? ¿Sabemos cuántos son esos 16 gramos de proteínas que nos ofrece un yogur de ese tipo? ¿Conocemos nuestro consumo proteico cómo para buscar un aporte extra? ¿De dónde sale tanta preocupación por las proteínas? Viene de la nutrición deportiva y de las dietas hiperproteicas, la proteína es como el macronutriente majo, es necesario, saciante y tiene un aporte calórico aceptable, no como la grasa y los hidratos de carbono que viene cargados de calorías por el mismísimo Belcebú.

La realidad es que en Occidente no hay un déficit proteico precisamente; si algo comemos de más son proteínas en forma de carne, pescado, huevos, lácteos, quesos, etc. al ser una alimentación originariamente omnívora. En otras latitudes sí hay déficit proteico. En la nutrición parece que se establecen modas y, si antes el enemigo eran las grasas, que había que evitarlas casi independientemente de su origen (nunca es comparable una grasa trans en un bollo, que la grasa vegetal de unos frutos secos), después fue el azúcar. El delirio ha alcanzado cotas dantescas como para que nutricionistas, “influencers” y demás atrevidos, por no decir otra cosa, que buscan sus likes en Instagram y demás plataformas, lanzan mensajes como que las frutas y verduras son malas para el hígado, o que hay que beber vinagre antes de las comidas para reducir la glucemia.

Volviendo al yogur, uno natural aporta unos 10g de proteína y el skyr, un yogur de origen islandés que lleva en los súpers más tiempo que los proteicos, unos 14g de proteína. Como ven, nada nuevo bajo el sol.

Los productos altos en proteína suelen ir en color negro, porque están más relacionados con la nutrición deportiva y, en general, más destinados al público masculino. Ya sabemos que la fuerza es solo cosa de hombres. Sin duda, mis preferidos son los de la gama rosa, esos productos destinados a mujeres que más que dedicarse a nutrirnos, nos dicen qué tenemos que hacer con nuestros cuerpos. La gama rosa no es algo que yo me haya inventado, es una estrategia que se usa en marketing. Relacionan el significado del rosa: inocencia, dulzura, feminidad con productos y, en general, estos suelen ir dirigidos a mujeres. En esta gama distingo dos claras líneas, una dirigida a pérdida de peso y zonas problemáticas de nuestros cuerpos, y otra, a menopausia.

En la primera podemos encontrar de todo, desde barritas llenas de azúcar que sustituyen a una comida, infusiones para aliviar piernas pesadas o regular el tránsito intestinal y de paso quitarnos barriga, también galletas devoragrasas, leche condensada rosa (la misma que la normal, pero hecha con leche desnatada, no se nos vaya a ocurrir a ninguna mujer comer un lácteo entero). Estos productos dejan muy claro que la alimentación en la mujer se plantea como un medio para cambiar su cuerpo, prima más la estética que la salud. En realidad, la mayor parte de esos productos no son saludables.

En la segunda línea de la gama rosa, te venden toda clase de productos, pero ahora enriquecidos en calcio, en omega-3… Me hace gracia, porque las mujeres desaparecemos para la sociedad cuando llegamos a determinada edad, porque supuestamente ya no somos atractivas, pero la industria nos deja tomar grasa en forma de omega-3, se preocupa por nuestros huesos, nuestro colesterol y nuestra salud… Aunque en la edad fértil, con dos barritas o un batido teníamos suficiente para comer.

NUTRIR CON CIENCIA es una sección sobre alimentación basada en evidencias científicas y en el conocimiento contrastado por especialistas. Comer es mucho más que un placer y una necesidad: la dieta y los hábitos alimenticios son ahora mismo el factor de salud pública que más puede ayudarnos a prevenir numerosas enfermedades, desde muchos tipos de cáncer hasta la diabetes. Un equipo de dietistas-nutricionistas nos ayudará a conocer mejor la importancia de la alimentación y a derribar, gracias a la ciencia, los mitos que nos llevan a comer mal.

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