sábado, noviembre 9

Las bendiciones católicas a parejas del mismo sexo escapan de la clandestinidad: “Hace tiempo que realizamos estos actos fuera de la estructura eclesial” | Sociedad

Gema Segoviano (46 años) y Ana Cabeza (63 años) llevan toda la vida remando a contracorriente. Viven en Encinillas (Segovia), son pareja del mismo sexo y son cristianas, dos atributos con una relación histórica conflictiva. Se conocieron en 2003, pero tuvieron que esperar dos años para casarse, cuando el matrimonio homosexual fue un derecho en España. Su boda consistió en una liturgia similar al enlace cristiano, en una parroquia al sur de Madrid. Fueron bendecidas, a pesar de no estar permitido por la Iglesia, de manera clandestina.

Obtuvieron la bendición gracias a sacerdotes como Enric Canet (Barcelona, 66 años), que lleva un lustro ejerciendo esta práctica a hurtadillas, en contra de la doctrina católica. “Lo hacemos fuera de la estructura eclesial. Entendemos que si dos personas se aman, seguro que Dios está de por medio”, argumenta. El secretismo ya no será necesario: el Vaticano ha aprobado este lunes las bendiciones a parejas homosexuales, aunque sin equipararlas a las del matrimonio heterosexual.

La declaración de la Santa Sede avala “la posibilidad de bendiciones de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo”, aunque a renglón seguido matiza que no se debe “confundir” con “el sacramento del matrimonio”, e insiste en que “no se podrán hacer al mismo tiempo que los ritos civiles de unión”. Un equilibrio con el que el Papa trata de evitar cualquier atisbo de cisma en la Iglesia.

Gema Segoviano, a la izquierda, y Ana Cabeza, en su boda en 2006.
Gema Segoviano, a la izquierda, y Ana Cabeza, en su boda en 2006.

La delicadeza y la precaución con la que el Vaticano ha redactado el documento emitido por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), el cardenal argentino Víctor Manuel Fernández, se justifican por las discrepancias entre el sector más aperturistas, encabezado por la Iglesia alemana, y el más tradicional y conservador, reacio a cualquier avance social. Desde su llegada al Vaticano en 2013, el Pontífice ha recibido críticas por ambos costados.

Este último giro aperturista desdice la posición de la Santa Sede respecto a las bendiciones en 2021, cuando la CDF, dirigida entonces por el español Luis Ladaria, alegó que la Iglesia católica no podía realizarlas a las parejas del mismo sexo. Un centenar de sacerdotes alemanes ya advirtió en aquel momento de que iban a hacer caso omiso y de que seguirían realizando los actos a parejas del mismo sexo que lo solicitaran. Se abrió la puerta a un cisma que nunca llegó a materializarse.

La celebración religiosa de la unión entre Segoviano y Cabeza fue muy discreta para “evitar que la parroquia se expusiera a reprimendas”, recuerda la primera de ellas. “Nos atrevimos porque conocíamos a otras parejas que lo habían hecho, en salones parroquiales que parecían catacumbas, siempre de tapadillo”, espeta.

El sacerdote Canet denuncia que “la sociedad no puede oponerse al amor que existe en una pareja, y menos la Iglesia, ya que sería una auténtica herejía”. En la intimidad o en compañía de sus amigos y familiares más cercanos, tres parejas han recibido la bendición del cura del barrio barcelonés del Raval.

Carlos García-Ramos (A Coruña, 24 años) cuenta que se enganchó a Dios en Etiopía, donde trabajó como voluntario en una comunidad de misioneros. En su caso, la bisexualidad nunca ha sido un problema en la Iglesia, ya que desde el principio fue aceptado. “Ocurre que mis círculos sociales rechazan mi catolicismo”, matiza.

García-Ramos considera que el documento del Vaticano es “un recurso para demostrar que la Iglesia evoluciona, aunque lentamente”. “Estas declaraciones no cambian mi día a día, pero sí siento que son una mirada que se dirige a nosotros y que genera estos espacios de debate”, subraya.

Beatriz Martínez (Madrid, 24 años) coincide con García-Ramos en que cualquier movimiento, “por mínimo que sea”, ya es un mundo para una institución como la Iglesia católica. Aun así, le “chirría” el carácter anómalo que esta bendición atribuye a las parejas homosexuales. “Al no recibir el matrimonio ordinario, la bendición se convierte en un ‘te perdonamos por existir”, opina.

Algo similar le ocurre a la murciana de 23 años Amelia —nombre ficticio—, que siempre ha estado muy unida a la Iglesia, pero que, cuando se dio cuenta de que sentía atracción por personas del mismo sexo, se vio desamparada. “Recuerdo tener 17 años y que el cura me dijera que la homosexualidad no tenía remedio y que la bisexualidad era puro vicio”, cuenta. El rechazo, admite, la ha condicionado hasta el punto de vivir la sexualidad con vergüenza y represión. Para Amelia, el anuncio del Papa es un “teatrillo”. “¿Qué hay de irregular en mi relación, por qué tengo que ir a escondidas a preguntarle a un cura?”, se cuestiona.

La sensación por parte de los colectivos cristianos LGTBI+ es agridulce. Reconocen el avance, pero advierten de que se les sigue sin equiparar a las parejas heterosexuales. Para el portavoz de la asociación Cristianas y cristianos de Madrid homosexuales (CRISMHOM), Raúl Peña, es un “gesto positivo”, pero que “no cambia nada en la Iglesia”. “Los sacerdotes que venían haciendo las bendiciones de manera discreta y oculta ahora tienen una cobertura legal con este documento”, expresa Peña. Coincide en el análisis el presidente de la Associació Cristiana de Gais i Lesbianes (ACGIL), Jordi Valls, que protesta porque la Iglesia les considera “de segunda categoría”. “Hay una parte de la institución, la que tiene el poder doctrinal y jerárquico, que está instalada en el paradigma medieval y autorreferencial”, comenta Valls.

Los sacerdotes deciden

La decisión última de bendecir recae en los sacerdotes y los curas. Algunos como Canet llevan años haciéndolo de manera discreta, a pesar de la oposición católica. También es el caso de James Alison (64 años, Londres), que realizó la primera en 1994, en Chile, y desde entonces lo ha repetido siempre que alguna pareja se lo ha pedido. Alison, que lleva afincado en Madrid desde hace nueve años, alaba “el cambio de tono” del Vaticano.

La posición de Canet o de Alison no es para nada generalizada entre el clero. El anuncio del Papa publicado este lunes ha desatado una oleada de críticas de miembros de la Iglesia y algunos se niegan a realizar dichas bendiciones. Uno de los más duros ha sido Juan Manuel Góngora, sacerdote de la diócesis de Almería, que ha mostrado su rechazo en X (antes Twitter). “Conmigo no cuenten para bendecir parejas de personas en estado de pecado mortal […] entre adúlteros o sodomitas practicantes”, ha escrito Góngora.

También el sacerdote de la archidiócesis de Madrid Jorge González Guadalix se ha expresado con contundencia a través de su blog. “Hace años que venimos asistiendo a una bajada de pantalones ante las exigencias de movimientos por lo que ellos llaman los derechos homosexuales”, ha lamentado González Guadalix.

La reacción en otros países ha sido heterogénea. Mientras en Alemania o en México ven con buenos ojos la declaración del Vaticano, en países africanos como Zambia o Kenia, con leyes mucho más restrictivas para el colectivo LGTBI+, se han apresurado a advertir de que no aplicaran las bendiciones.

La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha evitado pronunciarse al respecto del documento expelido por el Vaticano. El secretario general, Monseñor Francisco César García Magán, argumentó en una rueda de prensa este martes que la CEE “no hace valoraciones de los documentos de la Santa Sede” y subrayó “la importancia de no confundir esa bendición con la del matrimonio canónico”, tal y como se recoge en repetidas ocasiones a lo largo del texto. La archidiócesis de Barcelona comparte el silencio y se limita a acogerse al documento “con mucha atención dado su valor doctrinal”.

Daniela Rubio es abogada experta en Derecho Matrimonial Canónico y advierte de que las declaraciones son simbólicas. “La bendición del Papa no es equiparable al matrimonio heterosexual y carece de cualquier valor legal”, explica Rubio. Según el Código Canónico de 1983, para que el matrimonio sea válido debe contraerse según la forma establecida (el rito), contar con el consentimiento de ambas partes y ser heterosexual. “Mientras que no cambie esta definición, todo sigue igual. La Iglesia se moderniza, pero dudo que lleguemos a ver un casamiento católico homosexual legal”, subraya.

Desde su llegada hace una década a la Santa Sede, el papa Francisco ha dado pequeños pasos en dirección de la aceptación de las personas homosexuales dentro de la Iglesia. “Quién soy yo para juzgar a los gais”, expresó el actual Pontífice a la vuelta de un viaje a Río de Janeiro en 2013. Más adelante, en 2020, apoyó la creación de leyes que ampararan la unión civil entre personas del mismo sexo. “Los homosexuales son hijos de Dios y tienen derecho a estar en una familia”, declaró el Papa, que dos años más tarde pidió a los padres que no condenaran a un hijo que tuviera “una orientación sexual diferente”, sino que lo acompañaran y lo apoyaran. Eso sí, el Vaticano sigue sin reconocer el matrimonio entre parejas del mismo sexo como válido y, aunque opina que “ser homosexual no es un delito”, ha puntualizado en diversas ocasiones que es “un pecado”.

La avanzada posición de España respecto a los derechos del colectivo LGTBI+ contrasta con la reacción homófoba que se está dando en otros países del mundo. En Europa, tanto Hungría como Polonia han lanzado múltiples ofensivas en los últimos años de gobierno ultraderechista. En Rusia y Arabia Saudí, donde están instaurados sendos regímenes autoritarios, se penaliza o se borra cualquier atisbo de diversidad sexual. En 32 de los 54 países de África la homosexualidad está prohibida. Ante esta situación, el portavoz de CRISMHOM considera que el pronunciamiento del Pontífice “es una tabla de salvación para las personas LGTBI+”.

Mientras el Pontífice hace equilibrios para contentar a aperturistas y conservadores, los sacerdotes como Canet seguirán bendiciendo a parejas del mismo sexo como Segoviano y Cabeza. Como han hecho siempre, pero sin secretismo ni clandestinidad. “El rechazo a las relaciones homosexuales ha sido una constante en la historia de la institución”, espeta Canet. “Las personas LGTBI seguimos en la Iglesia porque nos pesa más la fe que el rechazo”, sentencia García-Ramos.

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