La obsesión de los antiguos egipcios por los animales era tal que incluso los romanos se reían de ellos. En sus Sátiras, Juvenal escribió: “¿Quién no ha oído hablar, Volusius, de las monstruosas deidades que adoran esos locos egipcios? Unos adoran a los cocodrilos, otros a los ibis serpentiformes. Encontrarás ciudades enteras dedicadas a los gatos, a los peces de río o a los perros”.
Podríamos suponer que, debido a su carácter sagrado, los animales gozaban de una buena vida al lado de los egipcios. Nada más lejos de la realidad. Para descubrir cómo vivían estos animales, tenemos que irnos a Saqqara, una vasta necrópolis situada a unos 30 kilómetros al sur de El Cairo. En el apogeo del Imperio Antiguo de Egipto, Saqqara se erigió como un importante sitio religioso y funerario. Este vasto complejo albergaba tumbas y templos dedicados a diversas deidades. Fue el lugar de descanso de reyes y plebeyos, pero también de millones de animales sagrados, en santuarios específicos dedicados a dioses asociados con ellos.
Ahora, los estudios arqueológicos están revelando las condiciones en las que vivían estos animales. Por ejemplo, la cantidad de enfermedades y fracturas que aparecen en los huesos de los perros momificados delatan que vivían en espacios confinados y que no se les cuidaba muy bien. Se criaban animales a gran escala y la mayoría de ellos fueron sacrificados para abastecer la elevada demanda de momias de animales. Probablemente, el aprovisionamiento y mantenimiento de los animales era un componente importante de la actividad económica de la ciudad.
Saqqara se convirtió en un lugar para el sacrificio ritual. En las tumbas y templos se ofrecían estas momias como ofrendas que asegurarían la protección divina y la vida eterna para los difuntos. Los sacerdotes ayudaban a los peregrinos que llegaban a Saqqara a hacer la momificación de un animal y a darle sepultura en una de las catacumbas. Al final, el resultado era siempre el mismo: una momia que requería un animal fallecido.
Pero Saqqara no fue el único lugar donde se realizaban estas prácticas. Un estudio, publicado recientemente en PLoS One, ha analizado los huesos de 36 babuinos encontrados en el yacimiento arqueológico de Gabbanat el-Qurud, a unos 6 kilómetros de la antigua ciudad de Tebas. La conclusión ha sido contundente: estos babuinos no tuvieron una buena vida. Los huesos pertenecieron a ejemplares de todas las edades de dos especies distintas de babuinos, el babuino hamadryas (Papio hamadryas) y el babuino oliva (Papio Anubis). A diferencia de otros animales momificados, no había babuinos salvajes en Egipto, así que los tuvieron que traer de otros lugares para poder criarlos allí.
Aunque las procedencias exactas aún son objeto de debate, se sabe que los babuinos oliva eran trasladados desde el sur, donde se encuentra actualmente Sudán, y eran transportados río abajo por el Nilo. Por otro lado, el suministro de babuinos hamadryas era un poco más complicado. Se comerciaba con ellos desde el sur de la península arábiga y tenían que atravesar primero el mar Rojo y luego carreteras desérticas.
Curiosamente, con el estudio de los huesos se puede diferenciar entre los que nacieron salvajes y los que nacieron en cautividad. Un caso llamativo es el de una hembra de hamadryas cuyos huesos no mostraban signos de enfermedad, salvo por una caries y una mineralización deficiente del esmalte de los huesos conocida como hipoplasia del esmalte. Esta condición se observa con frecuencia en individuos salvajes que han sido capturados y sufren un estrés intenso. Los investigadores pudieron deducir que la babuina había sido capturada cuando tenía dos años y que murió a los ocho.
En cambio, los huesos de los babuinos que habían nacido en cautividad contaban otra historia. Prácticamente, todos tenían osteoartritis, raquitismo, dientes mal desarrollados, las extremidades y la cara deformes y otras enfermedades metabólicas. La causa es sencilla: una dieta deficiente y la privación de la luz del sol. Esto nos da una idea de las condiciones de vida nefastas que sufrieron estos animales. Incluso pudieron ser peores que las que dedujeron los científicos, ya que los huesos no guardan registros de todas las enfermedades.
Según explican los autores del estudio, los babuinos son animales agresivos y buenos trepadores. No es fácil tenerlos en cautividad. Probablemente, sus captores necesitaran recintos de paredes altas o cerrados para evitar que se escaparan. Además, en comparación con la dieta extremadamente variada que les ofrece la naturaleza, estos babuinos debieron estar alimentados a base de sobras como pan duro.
Daños involuntarios
Eso sí, no había señales que sugirieran que los babuinos sufrieran abusos físicos y los autores creen que no eran maltratados físicamente. Así se lo contaron a la CNN: “Por desgracia, los egipcios no sabían lo suficiente sobre el cuidado y la alimentación de los babuinos. Mientras intentaban darles reverencia y cuidados, en realidad establecieron condiciones perjudiciales para la salud y el bienestar de los animales. ¡El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones!”.
Para los egipcios, los animales estaban dotados de poderes sobrenaturales que les daban un acceso íntimo a los dioses. Estas creencias proporcionaron la base para sus prácticas religiosas. Vinculaban a animales con ciertas deidades con las que compartían atributos y fortalezas. De hecho, la característica más significativa de la religión de los antiguos egipcios era que sus dioses eran teriomórficos, es decir, compartían rasgos humanos con rasgos tomados de otros animales.
Por sus características, los gatos se identificaban con Bastet, la diosa del amor, la belleza y la autocomplacencia. Los perros y otros cánidos se asociaban con Anubis, el dios de los cementerios, los embalsamamientos y los viajes, ya que estos animales, atraídos por el olor de la carne, frecuentaban los lugares donde se hacían las momificaciones. Las aves rapaces se asociaban con el dios Sol, porque vuelan alto en el cielo y sus ojos evocan a este astro. El ibis sagrado era Toth, el dios de la escritura y la sabiduría, debido a que su pico recuerda a la forma de una pluma de caña.
Se creía que cada dios podía manifestarse en un animal durante su vida y, tras su muerte, el espíritu del dios se trasladaba a otro ejemplar de la misma especie. Estos animales eran momificados y enterrados en catacumbas con una gran pomposidad. Hay millones de animales momificados a manos de los antiguos egipcios, de múltiples especies: gatos, perros, zorros, chacales, mangostas, ovejas, cabras, gacelas, musarañas, monos, roedores, serpientes, cocodrilos, lagartos, peces, rapaces, ibis, escarabajos e incluso sus bolas de estiércol.
Un punto fuerte de las creencias religiosas de los egipcios residía en que los animales vivos proporcionaban una vía de conexión con las deidades, que era mucho más accesible que las representaciones de los dioses que se mantenían recluidas dentro del templo. Esta democratización de la religión permitió una relación más íntima entre las personas y los dioses, a través de los animales, lo que contribuyó en gran medida al éxito de estos cultos.
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